El 18 de marzo de 1861, desde el balcón del Palacio presidencial en Santo Domingo, una lectura resonó con eco de traición: la anexión de República Dominicana a España.
Fue una decisión unilateral del entonces presidente Pedro Santana, un acto que, para muchos historiadores, desgarró la esencia misma del ideario de Juan Pablo Duarte: “Nuestra patria ha de ser libre e independiente de toda potencia extranjera o se hunde la isla”.
La República Dominicana, tras apenas 17 años de haber ganado a precio de sangre derramada de sus criollos la libertad, se veía nuevamente bajo el yugo extranjero. Este fue el inicio de una de las gestas más enigmáticas y sangrientas de la historia dominicana: la Guerra de la Restauración.
la gran incógnita: ¿por qué la anexión?
La anexión a España es un episodio que aún hoy
genera debate. ¿Qué motivaciones reales impulsaron a Santana a entregar la soberanía nacional?
Si bien, algunos historiadores sostienen que la unificación con España prometía desarrollo económico, la visión de otros, es que en el entramado anexionista estaba influenciado por la codicia de personalidades de la élite.
Ante la cuestión, historiadores dominicanos como Roberto Cassá, director del Archivo General de la Nación (AGN); Juan Daniel Balcácer, expresidente de la Academia Dominicana de la Historia; junto a Rafael Jarvis Luis y Welnel Darío Féliz, miembros de la academia, presentaron sus criterios sobre la trama anexionista.
Según Jarvis Luis, la “ambición” de Pedro Santana fue el motor principal de esta decisión, un deseo que también compartían las élites dominantes de la época.
“Santana se iba a beneficiar con un título nobiliario de España como marqués de las Carreras”, una distinción honorífica que incluía una pensión vitalicia de 12,000 pesos duros al año y un gran prestigio social, reflexiones que Cassá y Balcácer respaldan.
falsa esperanza
Inicialmente, la anexión se presentó como la solución a la precaria situación económica del país. Se prometieron grandes obras de infraestructura, como la construcción de carreteras, puentes y la habilitación de puertos, fundamentales para la conexión de las diversas zonas del territorio que en ese entonces carecían de vías adecuadas.
“No había carreteras, los puertos no eran lo suficiente que les permitieran a los buques de gran calado venir al país; entonces, si España ofrece que va a hacer eso, los grupos económicos esperaban beneficiarse de eso”, sostuvo Jarvis Luis, señalando que estas promesas, al final, no se cumplieron. La población, aunque toleró inicialmente la unificación, no se identificó con ella. Como afirma Balcácer: “la mayoría del pueblo toleró la unificación, pero no se identificó con esa acción, porque creyó que iba a tener paz y esperanza”.

La “ambición” de Pedro Santana fue el motor principal de la anexión de la patria a España.Listín Diario
Sin embargo, desde la proclamación de la anexión, patriotas dominicanos, de forma espontánea, intentaron revocar la acción de Santana con revueltas en el Cibao.
Para 1862, antes incluso del “Grito de Capotillo”, la zona Sur del país ya había sido escenario de enfrentamientos en Neiba, Azua, Barahona y San Cristóbal, extendiéndose luego al Este.
La indignación popular creció con la llegada de “rumores” sobre un posible retorno a la esclavitud, avivados por la situación de Puerto Rico y Cuba, aún bajo el yugo español, como narra Welnel Féliz.
Tras 24 meses de anexión, las promesas resultaron fallidas. Lo que se presentó como un rescate económico se convirtió, según los historiógrafos, en un beneficio particular para unos pocos.
Sumado a las imposiciones de la religión católica y, sobre todo, el temor a la esclavitud, desataron el descontento de las clases menos privilegiadas.
“Los españoles sometieron a los dominicanos a una precaria situación económica y a severos impuestos que terminaron disgustando al campesinado”, afirmó Jarvis Luis.
Levantamientos
El malestar explotó el 16 de agosto de 1863 con el “Grito de Capotillo”, en la provincia de Dajabón. Allí, Santiago Rodríguez izó por primera vez, luego de mucho tiempo, la Bandera Nacional, marcando el inicio formal de la Guerra de la Restauración.
La primera etapa del hito patriótico se basó en la toma de Santiago, provincia que se convirtió en la “Cuna de la guerra”.
Es así como en el trascurso de los días la batalla se extendió por todo el Cibao, bajo la táctica “guerra de guerrillas”, técnica que consistió en “emboscadas, ataques sorpresa y clandestinos” para atacar a las fuerzas españolas, indica Roberto Cassá.
El 18 de agosto se dio el primer combate en Guayubín, provincia de Monte Cristi. “Fue un combate decisivo porque ahí los dominicanos vencieron durante todo un día a las tropas que estaban acantonadas en Guayubín y eso alarmó a la superioridad española”, reseña Juan Daniel Balcácer.
Luego el conflicto se extendió hasta Santo Domingo, el Sur y el Este, pero con estrategias distintas de apropiación de territorios.
El último combate previo al Grito de Capotillo se registró la madrugada del 9 de febrero de 1863 en Cambronal, Neiba.
En la región sur, sin embargo, el grito de “libertad” se proclamó el 17 de septiembre de 1863 en San Juan. A partir de este momento se desplegó por Azua, Baní y Ocoa, localidades que en un pasado estaban a favor de España.
batalla de la canela: el golpe final
Hace 160 años se libró en Barahona la batalla de La Canela, catalogada por muchos historiadores como una de las más “sangrientas” en el Sur durante la Guerra Restauradora.
En este trágico hecho, el pueblo dominicano enfrentó a los españoles con machetes, logrando debilitar sus fuerzas y defender la patria. Cuyo conflicto se logró con la unión de los guerrilleros del norte y del sur, señala Welnel Féliz.
Algunos catedráticos señalan que este combate es considerado como el decisivo del hito patriótico. Allí el ejército español fue emboscado a campo abierto por el ataque de las fuerzas independentistas, escenario que les favoreció para la victoria.
Luego de pelear durante un día, en horas de la tarde los españoles, ya sin municiones, iniciaron la retirada. Acción que evidenció la derrota.
Como señala Féliz: “Al final, el sur ganó la Guerra de la Restauración y fue el primero que llegó a Santo Domingo y tomó posesión de la ciudad, proclamando la liberación”.
el papel de haití
“El enemigo de mi enemigo es mi amigo” es el proverbio que, a menudo, describe la compleja relación entre República Dominicana y Haití durante la Guerra de la Restauración como factor clave para expulsar a la corona española.
En aquel entonces, la nación haitiana ya gozaba de libertad y comprendía el peligro que representaba la presencia de una potencia europea en sus cercanías, según comentan historiadores dominicanos.
A pesar de haber sido expulsado por la fuerza del territorio dominicano tras su derrota y proclamación de la independencia el 27 de febrero de 1844, el vecino país aportó su astucia, expresa Rafael Jarvis Luis.
Corroborando esta idea, Welnel Darío Féliz indica que la posición de Haití fue “determinante” en el desarrollo de la batalla.
“El pueblo dominicano desde el primer momento se auxilió del país vecino. Tanto para la obtención de armas y municiones que luego usaron en el combate, como en la comercialización de productos y en el abastecimiento de alimentos”, sostiene.
Sin embargo, la nación recibió esta ayuda, sin comprometer la soberanía nacional, puntualiza Féliz.
la victoria
Este hito patriótico, que se prolongó por dos años y medio, vio a los dominicanos mantener una resistencia firme que, finalmente, logró perturbar y derrotar al ejército español, relata Welnel Darío Féliz.
Al tiempo de revelar que aquella milicia europea tampoco “resistió enfermedades virales como la fiebre amarilla”.
Para el 11 de julio de 1865, la guerra estaba decidida a favor del territorio dominicano, culminando con la evacuación del imperio español. Acto que forjó la Segunda República.
Quienes hoy han recopilado cartas y fragmentos de la Guerra de la Restauración revelan que “el país quedó en ruinas, pero volvió a respirar libertad”.
Y aunque los registros demográficos de la época son escasos, se estima que la población dominicana no superaba los 200,000 habitantes.
De estos, entre 10,000 y 15,000 criollos perdieron la vida en la batalla. Por su parte, el ejército español, que sumaba cerca de 70,000 hombres, sufrió aproximadamente 35,000 bajas.