“Salimos adelante porque somos resilientes, pero la memoria registra recuerdos amargos y un sonido que aullaba como un monstruo”.
El 31 de agosto el huracán David cumplió 46 años de haber impactado la Hispaniola, con mayor fuerza hacia el sur de República Dominicana, entrando por Punta Palenque.
Tres sobrevivientes, que para entonces tenían ocho, 14 y nueve años, recuerdan el miedo, escases y las destrucciones que aun fotografían en sus memorias.
Evelín Puello, Adalberto Martínez y Rossi Vallejo describen tres escenarios, y coinciden que en sus memorias permanece el ruido de los vientos de 250 kilómetros por hora, el tiempo sigue su curso, con un desarrollo tan marcado que ahora las casas están construidas de block y cemento en su mayoría, capaces de resistir fenómenos ese, pero la memoria mantiene lo vivido.
A Rossi se le agrega otro miedo y sonido, el causado por el río Nizao, que con la ruptura de las compuertas del Contraembalse las Barias, agudizó las destrucciones.
“Me envolví la cabeza porque el sonido era tan fuerte que creía que me iba a volver loco” cuenta Martínez, quien hace dos semanas recordó ese episodio, al ver que por el Atlántico circulaba Erin, el primer huracán de esta temporada ciclónica, que no impactó la isla, pero que alcanzó categoría 5.
“Lo más grande que ha pasado, fue grande, fuerte, complicado. Una experiencia que no quisiera volver a vivirla nunca más. Cuando escuche que Erin, andaba categoría 5 me situaba en esa fecha. Recuerdo tanta gente junta, tirada en el piso en un colcho, a la intemperie”… no lo quiero volver a vivir”. Su casa era de tabla, techada con yagua, y no fue hasta siete días después que pudieron retornar al lugar, por las destrucciones.
“Sobrevivimos, somos resilientes y somos una generación que ha sabido luchar y valorar” cuenta la maestra Evelin Puello, quien también comparte sus recuerdos en sus grupos de iglesia y en las aulas.
Ella vivía en Pizarrete, provincia Peravia, como Roberto Martínez. A diferencia de que su casa quedaba justo frente a la escuela que sirvió para refugio a esa y otras comunidades aleñas.
Su abuela es el recuerdo más bonito, en medio de la catástrofe.
“Recuerdo a mi abuela cuando el ciclón tumbó la primera ventana, del pabellón donde estábamos. Eso fue un estruendo y me agarre de mi abuela, pasamos a un baño y todos los que estamos allí. Todo se mojó. Lo que más recuerdo a mi abuela y ese ruido penetrante”.
Al otro día, su memoria registra el acto de solidaridad de su padre, quien comenzó a recoger hojas de zinc de las arrastras por el huracán, techó su casa y albergó algunos vecinos.
“Cuando salí a la calle me pregunté dónde yo estoy, pensé que era una pesadilla. Pizarrete irreconocible. En mi cabeza en mi mente eso no se borra. A los jóvenes, les digo que ellos no saben lo que es un huracán, que no quiera que venga otro aquí”.
Describe las necesidades que pasaron en la comunidad por la destrucción de la producción agrícola, la muerte del ganado vacuno de los pollos, y después como sobrevivieron con ayudas que llagaban en helicópteros.
Rossi Vallejo

Rossi Vallejo.Externa
La comunidad de Las Barias, a orillas del río Nizao, fue una de la más destruidas en Peravia, y eso está en la memoria de Rossi, aunque dice ya no tiene trauma.
La primera ráfaga del huracán se llevó todas las casas, “nos refugiamos en una letrina que había de block sin techo. La gente pesaba que nos habíamos muerto (su familia) y nosotros creíamos también que todos los del lugar habían fallecido. Pero cuando pasamos a otro baño de una casa cercana, que era de block encontramos a unas 13 personas”.
Dice que lo primero que destruyeron los vientos fue la escuela primaria, justo el lugar donde pensaban albergarse, mientas se escuchaba la furia del río.
No había ni un solo árbol parado, eso fue como un “ciclón batatero”.
“Cada vez que escuchábamos el rio, cuando se nublaba, todos llorábamos, estábamos aislados, por la crecida del rio. Como a los siete días llegó un helicóptero con ayuda, la tiraban desde arriba para poder subsistir”.