A 40 años del descubrimiento de los restos del Titanic

Ayer lunes se cumplieron cuarenta años de que una expedición conjunta entre Estados Unidos y Francia encontró los restos del RMS Titanic, el famoso trasatlántico que se hundió en la madrugada del 14 de abril de 1912 durante el viaje inaugural que lo llevaría hasta la ciudad de Nueva York, Estados Unidos.

El hallazgo se produjo el 1 de septiembre de 1985 tras más de siete décadas de búsquedas, frustraciones y especulaciones sobre el paradero exacto de la nave, que en su tiempo fue el barco de pasajero más grande y lujoso del mundo.

Aunque el descubrimiento tardó 73 años, el interés por localizar al Titanic surgió apenas un par de años después del naufragio. Sin embargo, los primeros planes para rescatar o ubicar los restos resultaron fallidos, en gran medida por las enormes dificultades técnicas y geográficas que suponía la misión.

El barco, considerado una obra maestra de la ingeniería naval de su tiempo y símbolo del poderío marítimo británico, descansa a unos 3,800 metros de profundidad, en el Océano Atlántico, el segundo cuerpo de agua más grande del mundo y un entorno que en 1912 era prácticamente inaccesible.

Incluso para la década de 1980, los exploradores debieron recurrir a tecnologías avanzadas de imágenes remotas, como el sonar, para crear mapas del fondo marino. Pero la geografía submarina y la complejidad de los ecos dificultaban la detección del pecio (fragmento de la nave).

El propio Robert Ballard, quien lideró la expedición exitosa de 1985, relató que las primeras fases estuvieron marcadas por el mal tiempo y las fuertes corrientes oceánicas. Paradójicamente, fueron esas mismas corrientes las que ofrecieron la clave: en lugar de buscar directamente al Titanic, el equipo se enfocó en rastrear el campo de escombros que se había dispersado la noche del hundimiento.

El equipo de Ballard utilizó la dirección en la que se desplazaban los botes salvavidas para comprender cómo se comportaban las corrientes oceánicas la noche del hundimiento del Titanic y así poder predecir mejor la dirección en la que quedaría el campo de escombros.

Un laboratorio natural

(FUENTE EXTERNA)

El Titanic funciona hoy como un laboratorio natural en uno de los entornos más extremos del planeta. Los investigadores lo utilizan como marcador temporal para analizar la corrosión del metal, la acumulación de sedimentos y la formación de ecosistemas en aguas profundas.

Con el paso del tiempo, el barco se ha transformado en un arrecife artificial que alberga esponjas, estrellas de mar y bacterias que se alimentan del hierro del acero.

Entre los hallazgos más fascinantes está la identificación de la bacteria Halomonas titanicae, nombrada en honor al trasatlántico. Esta especie degrada lentamente el acero del barco y forma estructuras llamadas “rusticles”, que cuelgan como carámbanos oxidados.

Tales procesos ofrecen a los científicos información clave sobre la resiliencia de la vida en condiciones extremas y sobre cómo los materiales creados por el hombre se comportan en las profundidades marinas.

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